Esta temporada ha llovido mucho en Brasil. Pasando por las calles me ha tocado ver varios árboles que fueron arrancados de raíz, además de quedarme sin luz un par de noches. El caso que más me impresionó fue el de un árbol enorme, de unos 20-25 metros de altura y con unas ramas todavía más extensas que fue arrancado de tajo y detuvo la circulación de una calle por casi un día completo.
No conecté la idea con las inversiones hasta hoy, que estaba releyendo Poor Charlie’s Almanack (si no lo has leído, aquí lo tienen gratis, en mi opinión un must) en donde Munger discute algunas reglas para invertir. Lo interesante es que en mi opinión las reglas de Munger son rígidas pero muy flexibles, además de ser más de orden cualitativo que cuantitativo.
Esto me recordó que aquel árbol enorme sufrió por su rigidez. Al encontrarse con una gran fuerza en viento y lluvia, su gran tamaño creó una resistencia que acabó funcionando como palanca y yendose al suelo (además de tal vez algún daño en las raíces).
Esto rara vez pasa con el bambú. El bambú es bastante duro, pero cuando encuentra mucha resistencia se dobla, reduciendo el efecto de la misma y evitando romperse.
Las reglas de Munger tienen esta característica:
“Somos ligeros en las métricas financieras. Aplicamos muchos criterios subjetivos: ¿Podemos confiar en el management? ¿Puede afectar nuestra reputación? ¿Qué puede salir mal? ¿Entendemos el negocio? ¿Requiere infusiones de capital para seguir funcionando? ¿Cuál es el flujo esperado de caja? No esperamos crecimiento linear, la ciclicidad está bien con nosotros siempre que el precio sea el apropiado.”
Ninguna de estas preguntas tendrá la misma respuesta si la aplicamos a una empresa distinta. En esto radica parte del arte que es invertir y de la belleza que conlleva. Irónicamente, siendo flexibles obtenemos el rigor analítico y de calidad para filtrar empresas que son buenas opciones para invertir.
Otra parte muy importante de ser flexibles es saber que el mercado y sus precios reflejan la nueva información rápidamente, así que una buena empresa podría no ser una buena inversión y una mala empresa podría ser una buena inversión.
Del mismo modo, como inversionistas debemos estar dispuestos a destruir nuestras ideas y conceptos, siempre que acabemos más cerca de la verdad y de un mejor entendimiento de las operaciones.
Siendo flexibles acabamos obteniendo las virtudes del bambú y evitamos salir disparados con todo y raíz, a pesar de nuestro tamaño y experiencia.
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