Amigos, este fin de semana estuve enfermo, lo cual fue bueno porque leí un poco más de lo habitual, y sobretodo leí algunas cosas que traía pendientes. Una de ellas fue la carta del 3Q12 de Baupost, en donde Klarman menciona el tema del daño moral y el riesgo financiero. A simple vista, parecería un tema aislado, pero como frecuentemente pasa con las cartas de los grandes inversionistas, su mensaje es atemporal y conecta, desde mi punto de vista, con algunos comentarios más recientes de Taleb.
Este es el comentario íntegro de Klarman:
“Recientemente, un columnista financiero escribió: “Después de cuatro años de la caída de Lehman Brothers, y con una campaña presidencial a tope, todos pueden estar de acuerdo en una cosa: no podemos arriesgarnos a otra crisis financiera.” Mientras que estoy seguro que es bien intencionado en su comentario, esto nos muestra la equivocada idea que tienen varios de los reguladores de nuestro país. ¿Qué significa que nos arriesguemos o no a tener una crisis financiera? No podemos hacerlo de forma intencional, las crisis simplemente suceden. De hecho, no hay forma de “arriesgarnos a ellas”. Y en general, no nos dan una advertencia. Las crisis financieras son horribles: afectan la vida de los individuos y de las familias; afectan la economía, debilitándola hasta el punto de romper la tela social que tardó años en construirse. Sería excelente si pudiéramos evitarlas, pero desafortunadamente, no podemos. Irónicamente, los intentos de eliminar el dolor en el corto plazo, como aquellos que se hicieron en los años posteriores a la crisis del 2008, casi con certeza formarán una crisis en el futuro más, no menos, probable.
Las semillas de las crisis financieras típicamente crecen sin detección a partir de una variedad de comportamientos y supuestos excesivos, hasta el punto en el que son prácticamente inevitables. Las crisis financieras se basan en el endeudamiento excesivo y en niveles de valuación excesivos. Si la sociedad quiere prevenir las crisis, debe tomar las medidas con anticipación, antes de que se formen las nubes, antes de que los excesos se filtren a los sistemas y antes de que el optimismo descontrolado domine el pensamiento en los negocios y de los inversionistas. Los esfuerzos por restringir las crisis para no sentir toda su furia, como el ayudar a empresas y países en bancarrota, meramente resultan en estagnación y prolongados periodos de actividad económica afectada. Una buena regulación podría hacer algo de diferencia, si tuviera el efecto de reducir el apalancamiento y contener las burbujas de especulación; pero mucha de la regulación es ingenua, mal considerada y malamente aplicada, haciéndola inefectiva.
Quien crea que el control del gobierno y su intervención previenen problemas de todo tipo está viviendo en un mundo de fantasía en donde aquello que deseamos siempre sucede. Hay que ir atrás al 2007 cuando el mundo estaba un estado perpetuo de prosperidad con poca volatilidad mientras que los mercados tocaban máximos históricos. Pocos detectaron la posibilidad de que hubiera una crisis en el horizonte. Virtualmente nadie se imaginó la magnitud de la crisis que hizo erupción solo un año después. Las crisis financieras vivirán con nosotros para siempre, tristemente. La idea de que las podemos evitar a nuestra discreción solo sugiere una peligrosa ingenuidad respecto a cómo funciona el mundo y sobre la probabilidad de que cuando venga una crisis, los años acumulados de excesos se asegurarán de que sea peor de lo que hubiera sido de otra manera.
Un ambiente en donde las crisis financieras son vistas como parte del ambiente regular es uno en donde las personas podrían tomar más precauciones. La gente mantendría un margen de seguridad en todas sus decisiones, de inversiones y cualquier otra, las regulaciones serían bien pensadas y puestas en práctica con diligencia, y la gente sin escrúpulos o incompetente podrían fracasar con rapidez y desaparecer de la escena. Los intentos modernos por abolir el fracaso solo sirven para asegurarlo, mientras que el daño moral – la probabilidad de que el comportamiento de las personas cambie en respuesta a los apoyos artificiales – incrementa. Los esfuerzos por prevenir o desear que las crisis en el futuro desaparezcan solo las hacen más probables. Solo permitiendo, incluso recibiendo, fallos frecuentes es que tenemos una probabilidad de reducir la magnitud de las siguientes crisis financieras.”
Y Taleb menciona lo siguiente sobre lo antifrágil:
“Lo resistente sobreviene choques y se mantiene igual, lo antifrágil mejora. Esta propiedad está detrás de todo lo que ha cambiado con el tiempo: evolución, cultura, ideas, revoluciones, sistemas políticos, innovación tecnológica, éxito económico, supervivencia corporativa, buenas recetas… incluso nuestra propia existencia en este planeta. La antifragilidad determina el límite entre lo que está vivo y lo orgánico (o complejo).
Lo antifrágil ama el azar y la incertidumbre, lo que básicamente significa, un amor por los errores, cierta clase de errores.”
Así que básicamente, los esfuerzos por proteger algo terminan por hacerlo frágil y dañarlo más eventualmente. Esto pasa a nivel profesional (evitando que alguien se enfrente a retos más grandes), a nivel personal (haciéndole pensar a alguien que es mejor de lo que es), o a nivel económico (rescatando a entidades financieras que deberían pasar por la bancarrota). Los sistemas complejos deben de dejarse libres, que enfrenten situaciones, fracasen y que los sobrevivientes vayan creando el genoma de lo exitoso. Esto pasa en la naturaleza y debemos dejar que ocurra en los sistemas en los que operamos.
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